Los mensajes que llegan de la muerte.
Generalmente los enfermos terminales se dan cuenta por sí mismos que la enfermedad que están padeciendo tiene riesgos mortales. Los mensajes de la posible muerte suelen llegar en pequeñas dosis, de manera paulatina y creciendo en cuanto a la gravedad de la situación.
Durante algún tiempo se puede tratar de hacer como que no se escuchan los mensajes y mantener cierto grado de normalidad, pero es muy complicado mantener la vista puesta en otro lugar durante mucho tiempo.
Los mensajes cobran cada vez más fuerza y la muerte comienza a ser un tema que está en el aire, y del que conviene hablar, para ayudar a todos los implicados a tener una clara imagen de la situación en sí.
En muchas ocasiones cuando alguien, generalmente algún miembro del personal médico, indica la gravedad e irreversavilidad de la enfermedad, el entorno se lamenta de no haber atendido antes los mensajes que han ido llegando de forma más dosificada.
Una vez expresada y clarificada la situación ya no se trata tanto de llevar razón, de querer discutir en la cercanía del paciente, si no más permitir que cada miembro del entorno, incluido el paciente, asimile y digiera la complejidad de la situación y la inminencia de la muerte. Y en lo prácticamente a nivel de logística conseguir que el paciente tenga la mayor calidad de vida y confort posible.
Ahora se trata de cooperar los unos con los otros para conseguir estos objetivos, sostener la situación, y como equipo, de la manera más conjunta posible crear un centro de apoyo y un espacio donde honrar, valorar la situación y juntos permitirse el dolor, la rabia, la impotencia, o cualquiera de las emociones que vayan emergiendo. Es un momento en el que según para quien les sea muy complicado un contacto sincero entre todos, pero es fundamental poder saber colocarse en este nuevo escenario, para dentro de lo posible vivirlo con la mayor intensidad y efectividad posible, y facilitar así un mejor tránsito, con unas relaciones sanas entre el entorno y el paciente.
Material creado por: Raúl Vincenzo Giglio