Honrar al enfermo terminal de forma personal y aprender.
Si bien las pautas para acompañar a un enfermo terminal puedan ser de ayuda a la hora de estructurar y gestionar el acompañamiento, la persona que se va es un ser individual, con luces y sombras propias.
Por lo tanto, es también recomendable salirse de los modelos y fases que se explican en innumerables textos, para sencillamente ofrecerse, estar presente con esta persona concreta que está cerrando su vida. Escuchar, escuchar y volver a escuchar en lugar de hablar, de sentir que hay que decir algo constantemente. No hay que tapar los silencios emocionales que se pueden generar ante la evolución médica, o de recibir malas noticias. Los silencios pueden contener mucha riqueza de contenido interior, no es necesario justificar la presencia del acompañante con palabras, sí con presencia, con aplomo, con cercanía.
Para un acompañamiento terminal efectivo es importante dar espacio a lo personal en la vida de este ser. Cualquier tipo de acompañante puede ser de gran ayuda cuando está dispuesto a confrontarse con lo difícil de la situación y se permiten ser tocados por la experiencia del paciente, sus miedos y sonrisas, sus inquietudes y posibilidades, su historia de vida.
En el contacto con enfermos terminales, generalmente en un momento de la vida en el que los acompañantes no están en peligro de muerte, permite no solo aprender y crecer con el enfermo, si no reflexionar sobre la propia relación con la vida y la muerte.
Se estable una relación de reciprocidad entre dos personas o más en momentos vitales diferentes, pero ambos ricos en matices, lecciones, enfoques y ópticas enriquecedoras para ambas partes.
Y esto se consigue cuando el acompañante se permite dejarse ser tocado por el fenómeno de la inminente muerte del paciente, de su historia personal, de su manera individual de afrontar la muerte.
Es elección del acompañante con qué aspectos, acentos, escenas quiere quedarse de todo el proceso, pero es importante abrirse a lo personal en esa fase, para acompañar al paciente en concreto, certero, real, con su historia.
Una historia que a la vez que se apaga permite reflexionar al acompañante sobre su propia vida, su propia historia.