La pandemia del covid que ha afectado al mundo entero, ha dejado y continúa dejando, historias y testimonios durísimos que nunca imaginamos que tendríamos que vivir. Tan importante como el testimonio de las personas que han superado la enfermedad y de los familiares que han fallecido de covid, es el testimonio de los/as profesionales sanitarios que han tenido que afrontar esta compleja situación de crisis sanitaria.
El testimonio de hoy es importante para no olvidar lo que personas como Carmen han tenido que vivir. Los pensamientos, los miedos, las conversaciones, los llantos y mucho más.
Acabo de ver como una luna grande, naranja y perezosa se asoma lentamente a la plaza donde vivo. Inmensa, sola y colgada del cielo con el único apoyo de su fuerza, despliega todos sus encantos ante mí. Asombrada, asisto al prodigio que ocurre cada día, uno más que disfrutaríamos si no estuviéramos siempre mirando al suelo, pasando por nuestro ombligo, y lamentándonos de nuestra “mala suerte” y “que mierda todo”.
Carmen, médico intensivista de 50 años, nos mira con ojos cansados. Sale de guardia… la rigidez de sus gestos y el pelo recogido de cualquier manera nos dan a entender que necesita descansar. Su discurso es triste y nervioso, interrumpido en ocasiones por el llanto.
Hace días que estamos a tope, más de la mitad de las camas son de covid. Cuando entra un paciente con coronavirus sabes que, si no fallece antes, va a estar unas semanas ingresado en la unidad. Los pacientes con otras patologías suelen estar menos tiempo, se van de alta a planta, y queda la cama libre antes. Hay pacientes de todas las edades, a veces me sorprendo pensando que si el de cama 6, que tiene 82 años, falleciera (ojalá!), podría dar entrada a otro de 41, con una neumonía bilateral y que está en planta muy mal. No me reconozco… me doy miedo.
Aquí sabes que si haces puede vivir, si no haces no, pero en estos pacientes, aunque hagas, nunca sabes. Y luego están las secuelas…
En la UCI siempre ha habido criterios de ingreso, en función de las patologías previas y, sobre todo, de la calidad de vida previa… y en qué esperamos conseguir tras su ingreso en la unidad, en qué condiciones y calidad de vida esperamos que salga el paciente. Todo esto se habla y se consensua con la familia… siempre. Hasta ahora.
Por teléfono les decimos a las familias que su familiar se está muriendo… y que no pueden entrar a despedirse. Es muy, muy duro. Hace poco la hija de un paciente que vive en Francia nos dijo que se ponía en camino, que quería verlo, por favor… no pudo ser. Paramos los golpes. Muchos días me voy a casa llorando, nunca imaginé que tendría que vivir esto.
Yo… mataría por ver a mi madre y darle el último beso.
Yo… también.
Marisa De la Rica
Enfermera de Cuidados Paliativos. Profesora Univ. de Zaragoza
Presidenta AECPAL y Vicepresidenta de SECPAL.