Articulo de La Vanguardia, habla sobre cómo volver a ser feliz tras la pérdida de un amigo o un ser querido.
Nos presionamos para pasar página, pero un reciente estudio indica que las consecuencias físicas y psicológicas pueden durar cuatro años.
Es cerca de la medianoche cuando me siento delante del ordenador y entro en el foro con cierto reparo. Una mujer cuya madre acaba de fallecer pregunta: “No sé qué es el duelo. Se supone que un duelo es una lucha contra algo o alguien. ¿Contra quién tengo que luchar?”. Las respuestas de los otros usuarios son diversas, y mientras las leo me doy cuenta de que se trata de un hilo antiguo. Hace dos años desde la pregunta de esta mujer anónima, y no puedo evitar preguntarme si a estas alturas ya se habrá recuperado de la pérdida de su madre.
En la red proliferan los foros de apoyo a las personas que han sufrido la muerte de un ser querido. Paseando entre ellos, algo incómoda en mi papel de voyeur de la desgracia ajena, me doy cuenta de que muchas de las personas que participan en las conversaciones señalan hacia el mismo lugar: la falta de espacio y de comprensión que suelen encontrar para procesar sus pérdidas.
¿Por qué no hablamos del duelo? Probablemente, por los mismos motivos por los que no nos gusta hablar de la muerte, el elefante en mitad de la habitación de nuestra sociedad. Vivimos completamente de espaldas a ella, expuestos constantemente a informaciones acerca de los nuevos superalimentos, complementos o consejos que nos harán vivir más años. Nadie se atreve a decir que por más semillas de chía y bayas de goji que comamos no vamos a volvernos inmortales.
Estar de duelo por la pérdida de un ser querido es uno de los dolores más intensos que existen. Un estudio reciente realizado en Australia sobre más de 26.500 personas y publicado en la revista Plos One ha concluido que la muerte de un amigo cercano provoca “serias disminuciones” en la salud física, mental, en la estabilidad emocional y en la vida social, y que las consecuencias físicas y psicológicas pueden llegar a durar cuatro años y no uno, como se creía hasta hace poco.
Pero igual que preferimos vivir como si la muerte no existiera, al menos en Occidente, los seres humanos tendemos a hacer lo posible para evitar el dolor. A menudo incluso huimos de él, del propio y del ajeno, aunque Carl Jung ya advirtió que aquello a lo que nos resistimos es aquello que persiste en nuestras vidas.
Maria Sirois, psicóloga clínica y autora de A Short Course In Happiness After Loss (Green Fire Press) opina que “en general, no sabemos lidiar bien con el duelo y solemos sentirnos presionados para pasar página, recuperarnos de las pérdidas o sobreponernos. Muchos de nosotros tenemos en mente una franja temporal muy poco realista que nos dice que «deberíamos haberlo superado ya». Eso es un sinsentido. No existe una resolución final, un «recuperarse». Lo saludable es aprender cómo vivir con nuestra pérdida de la mejor manera posible, de manera que tengamos el tiempo y el espacio necesario para hacer el duelo, así como el permiso para volver a la vida. En el momento adecuado el duelo se convierte simplemente en una parte de nuestro camino como personas. Cambiará de tono, de escala y de textura y podrá entretejerse mejor con el tejido de nuestra vida”.
El dolor, explican diferentes estudios, es en este caso un agente de cambio. Es lo que, después de una pérdida importante, nos permite cambiar y avanzar hacia otro punto. Atravesarlo y permitirnos ser mientras nos pasa por encima, como una gran ola, es la única forma de llegar al otro lado del túnel.
Para Maria Sirois el duelo es un proceso parecido a un viaje en el que visitamos y revisitamos, una y otra vez, ciertas experiencias. No sucede en etapas ordenadas, sino que podemos experimentar momentos de dolor terrible y a continuación otros en los que recordamos buenos momentos y nos sentimos en paz: “Podemos experimentar ira por lo que podría o debería haber sucedido y luego, al principio durante breves instantes, momentos de paz y aceptación. A medida que pasa el tiempo la aceptación de la pérdida empieza a crecer, aunque pueda quebrarse temporalmente con nuevas pérdidas. Y así, lo más útil es pensar en ello como en un viaje a lo largo del tiempo atravesando emociones difíciles: sorpresa, incredulidad, rabia, amargura, pena, arrepentimiento, nostalgia… que en algún momento se calman a medida que aparece una aceptación mayor”.
¿Existen pérdidas más difíciles de procesar que otras? Según Sirois, todas son únicas y cada ser humano la experimenta a su manera. “Aunque imaginemos que la pérdida de un hijo será siempre más dolorosa que la de un cónyuge o un amigo, no podemos estar seguros de ello. Lo que sí podemos asegurar es que el camino a través de cada pérdida es diferente para cada persona. Con la pérdida de mihermano a sus 48 años, por ejemplo, me sorprendí a mí misma echando de menos sus años de infancia. Esos son los recuerdos de él que se me han quedado más grabados y que tengo más presentes. Con la pérdida de mi padre eché de menos al hombre que fue a sus cincuenta y sesenta años, cuando empezamos a disfrutar juntos de ser adultos. Creo que lo que más ayuda es saber que necesitamos darnos a nosotros mismos el permiso para vivir nuestras pérdidas con autenticidad, sin juzgar la experiencia”.
Sirois también aconseja recordar que nuestros seres queridos desearían que volviéramos a disfrutar, así como “acordarnos de qué era lo que les gustaba en vida para poder honrarlo. Y darnos el tiempo que necesitemos para volver a ser felices de nuevo. Es un camino de meses o años, no de semanas”, advierte esta psicóloga.
¿Y si queremos ayudar a alguien cercano que está atravesando ese proceso de duelo? “No es algo inmediato, pero con el tiempo y con mucha empatía podemos ayudar a esa persona a darse cuenta de los momentos en que se siente mejor. Momentos en que, aunque sea brevemente, pudo sonreír o se sintió en paz. Cuando somos testigos de ello junto a esa persona podemos animarla a darles prioridad, a agendarlos incluso en su jornada para que comience a darse el permiso para ver que la vida no es solo dolor, sino también conexión, amor, alegría, asombro y disfrute. Este permiso, con el tiempo adecuado para cada uno, es lo más importante”.
Esta psicoterapeuta explica que la metáfora del kintsugi puede ser también muy útil para comprender el duelo. El kintsugi, el arte japonés de reparar la cerámica rota con una resina de oro, de manera que la rotura de la pieza resalte en lugar de ser disimularla, puede servirnos para comprender que aunque estemos fracturados por la pérdida seguimos estando de una pieza, como la taza o el plato lleno de cicatrices. “Esa es la clave para llevar una vida saludable: ser capaces de convivir con la paradoja de vivir rotos y completos al mismo tiempo”.
Mas información: www.lavanguardia.com/vivo/psicologia/20190523/462353049773/como-volver-ser-feliz-muerte-amigo-ser-querido.html